
TRISTAN CORBIÈRE Y LOS LÍMITES DEL GRITO
El hombre tiende a ser comprendido, no solamente por medio de lo que
dice o piensa, anhela ser comprendido en la totalidad de su profunda
personalidad. Aunque las palabras, los gestos o los actos contribuyen a esta
comprensión, queda no obstante una parte individual difícilmente
simplificable que intentamos explorar o clarificar, mediante diversos
métodos o artificios.
El arte procede de esta voluntad de expresión del hombre. Siendo todo,
por otra parte, connatural en cada individuo, ¿por qué extraño proceso
reviste, entre algunos seres privilegiados, el carácter de una total
abnegación, de un don para una causa que no es sino su propia vida y que,
sin embargo, mezcla en torno suyo vidas paralelas, pesadas capas de
memoria, intraducibles aspiraciones hacia libertades apenas presentidas?
La grandeza de la poesía se mide por su universalidad. Emanada de lo
particular, abarca la generalidad del conocimiento humano. Las
correspondencias que despierta no son de tipo cuantitativo, la poesía es
intensidad y transparencia del pensamiento. Tiende a convertirse en vida,
se acerca a ella imitando su apariencia y su evolución esencial. La poesía
lleva al pensamiento al terreno de las sensaciones e, igual que él, no podría
existir fuera del lenguaje. Pero ella crea su propio lenguaje, lo mismo que
cada individuo adapta el suyo a sus necesidades particulares.
La voluntad de expresión, en Tristan Corbière, alcanzó una especie de
exasperación verbal, que lejos de ser desorden, es, al contrario, el
desarrollo coherente de su pensamiento poético. Aunque su poemas actúan
como antorchas, un constante movimiento los recorre de cabo a rabo. Ante
cada uno de ellos hay un interlocutor mudo. Corbière se dirige al mar, a
objetos, a seres invisibles. Este solitario entre solitarios vive en un mundo
violentamente comunicativo donde las imprecaciones y las evocaciones se
mantienen en él como compañeros y testigos. Tiene el temperamento de
los que luchan por conservar intacto su aislamiento, de no ver en esto sino
el despecho de un amor excesivamente grande hacia los hombres, una
imposible comunión en el terreno de los intercambios afectivos.
Las brumas de su Bretaña natal hicieron mucha mella en Courbière.
Durante mucho tiempo confinaron su recuerdo en lo pintoresco de un
regionalismo algo poco convencional. Llevaría tiempo depurar su memoria
de las leyendas con que sus contemporáneos, ante la beata incomprensión
de su obra, le ridiculizaron sin precisar sus límites. Aunque Courbière se
divertía en escandalizar a su entorno, es preciso creer, que éste, a su vez, se
vengó de los demasiado crédulos biógrafos del padre. El Romanticismo
facilón, a base de turismo, del que Bretaña se vio afectada, es tanto obra
de algunos gacetilleros como de pintores que, acudidos en masa no
descubrieron en ella sus valores originales, la tomaron como pretexto para
satisfacer su sensibilidad desviada.
*
No obstante, Tristan Corbière fue el más pintor de los poetas, pero de
ninguna manera en el sentido descriptivo o alegórico que en cierta época,
que también fue la suya, era considerado el más seguro criterio del arte de
pintar. Su poesía se sitúa en las fronteras de la pintura – sabemos que su
visión del mundo hubiera podido también tomar prestados los cuadros
donde formas y colores se superponen en una cohesión plástica – porque,
en la materia verbal de la que se sirve, las superposiciones y las
transparencias de imágenes y tonos deben necesariamente concurrir a
construir la entidad poema donde el motivo, el tema del pintor son
reemplazados por el hecho o el acontecimiento. Courbière agita esta
materia verbal en la densidad de las frases hechas, de las locuciones, de las
invocaciones y a veces incluso de los fragmentos de frases de uso corriente
o personal, tal como parecen subsistir de sus relaciones con sus amigos o
hacer alusión a circunstancias desconocidas para nosotros.
Si se quisiese buscar en el mundo de las artes pláticas una
correspondencia con su poesía, es a las telas de Courbet – en lo que
contienen de verdad – y a las de Manet – pienso sobre todo en la
inspiración que anima su concepción – a las que intentaríamos
aproximarla. No es por azar que los nombres de estos dos pintores se citan,
al lado de Rembrandt y de Rafael, en El corto Idilio. (1)
Igual que en el nacimiento de la nueva pintura, la preocupación por la
verdad de Courbet y de Manet está en reacción contra el Romanticismo,
Corbière rechazó las quimeras románticas para encontrar en el
reconocimiento de lo real, actualizado en cada momento, un alimento
frecuentemente amargo, pero siempre preciso y sensato. El nombre de
Baudelaire no acabó de brillar en medio del sinuoso modernismo de este
siglo XIX que sólo fue estúpido ante los ojos de los tradicionalistas
retrógrados. Como él, o tras él, Courbière sintió profundamente la
necesidad de oponer la realidad del mundo, tal como se manifestaba, a las
ilusiones de los románticos. Por esta percepción, vivida íntimamente, de la
evolución de las ideas, la poesía de Courbière se halla en el camino de la
de Rimbaud (2) y la de Verlaine (3), encuentran a veces en germen unos
ecos e incluso tonalidades familiares.
Sin embargo, en oposición a estos dos últimos, Corbière aún no está
completamente desligado del Romanticismo, habría que rebuscar sus
razones innatas en la raíz de su juventud, en la cristalización de su
temperamento contrariado.
*
Un ser tierno y entusiasta, calentando su joven sensibilidad cerca del
seno maternal, del que, más tarde, no podrá separarse sino por una especie
de destierro, así recala Corbière a los quince años, interno en el instituto de
Saint- Brieuc, soñando con la placidez de la infancia y del universo que el
se había construido en recuerdo del paraíso familiar. ¿En que momento de
su adolescencia se produjo el choque decisivo que provocó su inclinación
a la huida y, en consecuencia, la extraña violencia que quedó grabada en su
personalidad? La historia no nos informa (o aún no) (4) acerca de las
primeras decepciones, quizá amorosas, -comunes a todas las adolescencias
sensibles- que debieron concienciar a Corbière lo que se achacaba como
una desgracia física -imagen que no le abandonará jamás – y su estado
enfermizo, éste real, dándole la sensación de que en lo sucesivo la muerte
formaría parte de su ser, como el reverso de una moneda acuñada en su
honor.
Es difícil reprochar razonablemente a un padre solícito una falta que no
ha cometido. Y sin embargo, a pesar del manifiesto afecto, a pesar de lo
absurdo activado por un destino azaroso, podemos entender que un ser que
ve alzarse ante él muros y barreras sea capaz de hacer responsables a sus
padres por haberle traído al mundo. Tristan Corbière sometió los
movimientos contradictorias de su embarazosa consciencia a este oscuro y
latente arreglo de cuentas. La carta del padre a Corbière en el instituto, de
una amistosa severidad, publicada por R. Martinau (“los consejos te
cansan, la moral te rebota, lo sé”) no basta para explicar el resentimiento
de éste que muy pronto aprenderá a amar amarillo y a reír rechinando los
diente. Y la reputación de aventurero de su padre que, aún adornada,
ejercía sobre su imaginación una atracción innegable, pudo, haber
producido en el espíritu de Tristan Corbière, cuando tuvo la certeza de que
fue fraudulenta, un efecto corrosivo cada vez más profundo que nunca fue
objeto de explicación por su parte. ¿Acaso, a lo largo de su corta vida, no
llevó la contraria o lo que él tenía el derecho a considerar como la
“carrera” de su padre? Éste al renunciar a su actividad literaria para
aburguesarse y enriquecerse, ¿no quedó como culpable de traición ante los
ojos de su hijo? Incluso la sinceridad de Tristan Corbière, es decir, la
decisión de escribir sólo lo que vio, conoció o sintió por sí mismo, es una
protesta contra la impostura del padre para quien el talento y la fantasía
son los atributos del arte de escribir y no la substancial identificación que
el poeta preconiza con las profundidades de la vida : la aventura vivida.
La admiración de Tristan Corbière por la obra novelística de su padre y
la dedicatoria de los Amores Amarillos al autor del Negrero no solamente
no excluyen su resentimiento, sino que lo confirman y completan. (5)
En esta ambivalencia, donde adhesión y oposición se rearsorben en un
conflicto constante y productivo, me parece que reside uno de los
principales determinantes del espíritu de rebeldía de Tristan Corbière, tal
como él se definió en el camino de la poesía.
Lo mismo que para Rimbaud que guarda en secreto la ruptura
sentimental causada por la infatigable tiranía de su madre, el drama de
Corbière no hubiera envenenado la vida del poeta hasta tal punto si no
hubiese sido disimulado entre los dolorosos pliegues de su conciencia, En
los dos, la voluntad de alcanzar un absoluto moral, contrapartida de un
compromiso en el terreno práctico, decidió la exasperación de sus actos
desde entonces dirigidos hacia la justificación de su rebeldía. Terror y
respeto son los términos antitéticos que ni uno ni otro pudieron conciliar.
La incompatible homogeneidad de los contrarios conduce frecuentemente
a esta especie de desgarros cuya tensión afectiva, comparable a una tara,
hace olvidar su origen. Los síntomas vergonzosos, malditos y, de cualquier
manera, hundidos en los subterráneos de la vida moral afectan al sujeto
con el exceso de prohibiciones, el mostrarse de otra manera bajo aspectos
altivos y provocadores, siendo la mas corriente en el ámbito del
comportamiento.
Las sensibilidades heridas como la de Corbière descubren una vía de
escape en la actividad compensatoria, en la creación imaginaria de un
mundo maravilloso. El sentimiento insoportable de ahogo que
experimentan estos seres se debe al ambiente en que viven y que ellos
tratan de negar. De ahí, el tono explosivo, entrecortado, jadeante, que, al
reproducir un sonido frecuentemente reivindicativo, dota a la poesía de
Corbière de su agudo carácter de maldición con respecto al mundo,
maldición detenida en el límite inefable del grito.
La imposibilidad de gritar, por medio de palabras, la falta del padre, la
del mundo, Corbière no sabe resolver al desviarla en provecho de una
experiencia exclusivamente literaria. El grito, última expresión del hombre
acorralado por su propia insuficiencia, el grito estrangulado en la garganta,
el grito, resorte reducido a la impotencia y sin embargo única posibilidad
de manifestarse cuando la razón y el sentido de las cosas han dejado de
actuar útilmente – cuando la belleza y la fealdad mismas pierden sus
derechos de existencia – el grito se convierte entonces en una protesta sin
réplica y en la afirmación de una verdad implacable, definitiva.
La poesía de Tristan Corbière tiende hacia ese grito igual que siempre se
mantiene cerca de la verdad de las cosas y de los seres, de su propia
verdad, de la verdad sentida, despojada y desvelada por él, y que, gracias a
su esfuerzo por hacerla comunicable, adopta el tono altamente patético
pero sin embargo impreso del aspecto desdeñoso propio de los
conquistadores solitarios.
*
Para el poeta, conquistador de su soledad, cada acto es una conquista y el
conocimiento poético solo se conquista al precio de muchas renuncias y de
pudores violados. Si el poeta no siente que en esa lucha por el
conocimiento ha bordeado la muerte, – la muerte espiritual, la pérdida de
conciencia, – la apuesta por la poesía no vale una cerilla. Toda la diferencia
entre los fabricantes de versos y los poetas arraigados en la determinación
de su ser completo está implícita en este peligro al que éstos últimos
exponen su conciencia en cada momento. Su revancha sobre sus
contradicciones internas se obtiene así al margen de la angustia.
El humor interviene en este punto crítico del proceso imaginativo como
una justificación de los fracasos sufridos ante la realidad del mundo
objetivo. Erigido contra el poeta, tomándolo como principal diana, el
sentimiento de escarnio es proyectado sobre el mundo circundante. El
poeta puede de esta manera participar en el caos general, en lo absurdo de
un mundo que se tiene como serio, pero que no sabe integrar las
aspiraciones del poeta a la belleza y a la felicidad.
Sin ignorar sus diferencias, la trayectoria dialéctica de Corbière me
parece emparentar muy íntimamente con la de su contemporáneo
Lautréamont. Los movimientos de adhesión al sentimiento común y de su
rechazo, del amor por el hombre y del asco al considerarlo, se resuelven
glorificando las fuerzas anónimas de la naturaleza – el mar o el océano más
singularmente, – compensación reconfortante en su representación de la
justicia mancillada. Aunque esta solución no implica en su espíritu la huida
frente a la realidad, es indiscutible que se trata de huida y en esto tanto
Lautréamont como Corbière son deudores del Romanticismo en vía de
superación. Si Lautréamont reaccionó de una forma romántica contra el
romanticismo en su Prefacio a las Poesías, tomando postura
polémicamente hacia la desolación y la tristeza en beneficio del bien, sin
no obstante desligar de la actualidad de su acción el carácter
eminentemente moderno de la realidad circundante, Corbière se colocó de
entrada en la línea de Baudelaire bajo la iluminación del presente
constantemente renovado, en la vanguardia de los destructores de ídolos, y
de los innovadores audaces.
*
Proveniente de una familia acomodada, si no rica, Corbière renunció a
las prerrogativas y a la forma de vivir de su clase. Con una cierta
ostentación, se adaptó a la vida sin exceso de los más humildes, sin no
obstante rechazar las ventajas ofrecidas por la situación material de sus
padres. Chocó de frente con las costumbres de la burguesía que le
consideraba un tránsfuga. Al desclasarse, Corbière no solamente puso de
manifiesto su desprecio con respecto a sus semejantes, sino que, por medio
de exageraciones y mistificaciones, creó a su alrededor ese espacio de
silencio, de temor respetuoso y esa distancia que el poeta necesita para
hacer coincidir el contenido de su vida con el sentido de su poesía. ¿No
podríamos aventurar que el principal móvil de los poetas denominados
”malditos” consiste en la tendencia a reunir su vida y su poesía en la única
expresión de una realidad ambivalente?
La soledad que Corbière se habilitó, con la conciencia celosa de un
maníaco de la huida, es su manera de singularizarse en relación a su medio
para poder permanecer mejor en contacto con la naturaleza tal como la
concibe al margen de la mezquindad de las gentes. Éste es el marco donde
su libertad puede ejercerse, – esa búsqueda de la libertad que es el punto de
partida de numerosas manifestaciones de rebeldía- la libertad que las
ataduras sociales o familiares han amputado y que se trata de restaurar a
cualquier precio. No obstante la libertad del poeta no puede expresarse en
el absoluto. Exige, en el ejercicio de su función, ser confrontada con otras
libertades donde pueda entrar en juego la rivalidad, quiere ser confirmada
en su fundamento y, para desarrollarse, necesita estar incluida en un
sistema social que, con exactitud, el poeta construye con todas las piezas
sobre nuevas bases, sobre la base de convenciones y limitaciones en
muchos puntos semejantes a las del clan primitivo. Corbière encontró, de
modo natural, en el grupo de artistas reunidos en la pensión del Gad, ese
medio propicio, favorable para la creación de una vida frenética. A pesar
de la exigua expresión que podía ofrecer a su imaginación a través de la
cohesión debida a una efímera complicidad – ciertamente por debajo de la
inteligencia de sus intereses comunes- Corbière creyó ver en este grupo la
ocasión de participar en una vida en la que su libertad ya no tenía que
tropezarse contra la incomprensión de sus conciudadanos. Su odio del
burgués, de la banalidad y tranquila satisfacción que otorga la posesión de
bienes, era seguramente compartido por sus compañeros de fatigas. Igual
que los Bosingos, igual que en general los poetas señalados por su
formación asocial, Corbière pudo canalizar su rebeldía al descubrir en su
producción poética una salida acogedora. En este terreno, su modo de vivir
podía insertarse armoniosamente en una imbricación de costumbres
superior a la que, convencional y organizada, rechaza la pureza como un
cuerpo tóxico inasimilable para siempre.
¿Influye el recuerdo de los Bousingos en el pensamiento de Corbière o
es necesario comprender el proceso instruido contra la sociedad como un
fenómeno constante, propio de una categoría de artistas cuya preocupación
de constituirse un universo moral esta en las antípodas de la que rige a su
alrededor? Sea lo que sea, Corbière se quedó en París para encontrar la
apasionante vida iniciada en Roscoff – el amor por la rubia Marcela (6) era
parte de ella pero en cualquier caso debía serle secundario- y, aunque
apenas conocemos nada o casi de los Brenner, Degesne, Hamon,
Lafenestre, Dufour, etc, la carta a este último demuestra suficientemente
que estamos ante un grupo constituido que, según las leyes de la bohemia,
debía disponer de sus tabúes, de su jerga y de sus normas iniciáticas. En
cuanto a su facultad de atracción, está bastante poderosamente ejercida
sobre Corbière porque se le supuso dotada de virtudes indiscutibles.
*
La actitud antiburguesa de Corbière no tiene sin embargo nada de
revolucionaria. Una ya antigua tradición, vigente entre los poetas libres,
exigía esta postura anarquizante que los Joven-Francia, desde 1830, habían
puesto de moda. Degenerada ¿no se había convertido hasta las vísperas de
la última guerra, en una especie de profesión de fe de tipo radicalsocialista? Aunque el antimilitarismo de Corbière es explícito en La
Pastoral de Conlie (fechada en el 70), el autor no hace ninguna alusión al
pretendido complot realista de Gambetta, parece un error, toma en serio. Y
es así que unos cincuenta mil Bretones fueron recluidos en ese lamentable
campo de concentración de la llanura de Conlie. El antimilitarismo de
Corbière no supera la naturaleza sentimental de su simpatía humana y,
según la exacta reseña de M. Le Dantec, el poema se parece al de
Rimbaud, París se repuebla. Sin embargo es difícil desvelar hacia qué
tiende el pensamiento ideológico de Corbière si jamás estuvo allí.
Evidentemente, la guerra muestra su abominación y la acción de Gambetta
parece una traición. Pero lo que podemos añadir es que la pasión de
Corbière alcanza en este poema una cima donde, más allá de los sarcasmos
y del hastío, el amor que profesa a los hombres no tiene nada de
contemplativo.
+
Los acontecimientos no dejan indiferente a Corbière. Los hay que,
personales, están disueltos en la materia poética hasta perder su aspecto
anecdótico, como otros que, objetivos, le dominan y le dejan bajo la
influencia de una verdadera posesión. En la mayoría de sus poemas, una
especie de de diálogo interior se disputa sus entonaciones oratorias, tanto
es así que necesitan, si no una interpretación mímica, al menos un arte de
recitar que desenrede la madeja de su concepción expresiva. Para la
interpretación de estos poemas – de los que concebimos que podrían
fácilemente caer en la declamatoria o la enfática- su abundante puntuación
es un complemento indispensable. Junto a estos poemas para recitar – que
en algo evocan ciertos poemas de Charles Cros y sus Monólogos – existen
los que, menos numerosos, pero no menos significativos, como los
Rondeles para después están más cerca del canto oral que del recitado.
Corbière en estos poemas simplificó la puntuación y en Gritos de ciego,
destinado a ser cantado con un aire popular, la suprimió por completo. A
este respecto, no me parece inútil recordar que siguiendo a Apollinaire los
nuevos poetas renunciaron a la puntuación, deseando así que el tono del
poema esté contenido en su estructura y no en su explicación. Optaron, si
puede decirse, por la profundización verbal del canto, frente al poema
expresivo con base de movimiento oratorio.
Es verdad que los poetas actuales rechazaron el estilo de la mayoría de
los poemas de Corbière que, entrecortados por períodos, les parecían
destinados a no tomar forma sino a través de la declamación. Y esto no
podría justificar su desconocimiento del espíritu de Corbière; en favor de
la luz que proyecta, el misterio poético de su obra, al transgredir la función
técnica, resiste al frío análisis igual que perduró a la acción del tiempo.
Mucho más que el cinismo estéril, la lucidez de Corbière, su implacable
odio a la impureza, libera en él el torbellino poético, más allá del cual todo
es ternura y dulzura. En la medida en que Corbière pretende hacerse pasar
por un monstruo – transformada su alta estatura en una mueca inestable,-
la ironía colérica de alguno de sus poemas se dedica indiferentemente a lo
que ama como a lo que le repugna. Pero no hay que caer en la trampa de la
apariencia. Corbiére sabe perfectamente distinguir entre lo que ama y lo
que detesta. Solamente por una coquetería desdeñosa ante su propia
mirada el amor que se le ofrece le parece inaceptable. Nunca éste podría
existir a la medida de su grandeza auténtica. Por lo demás, se mofa de su
fealdad. Se mofa de ella cruelmente, y se mofa también en el sentido de
que le da lo mismo no parecerse a los demás. Su belleza va por otro lado,
lo sabe y se enorgullece de ello. Siempre entre polos opuestos Corbière
hace oscilar su suplicio, aunque la insolencia que anuncia le arrebata
cualquier poder emocional. Su pudor agresivo le impone estos cambios de
espíritu que sin embargo no alcanzan a desfigurarlo.
La poderosa novedad que se manifiesta en esta poesía domina desde gran
altura su significado; pone al desnudo la conciencia del poeta recogida en
estado naciente, en cada estado de su desarrollo. Fija en una originalidad
típica, representativa de una categoría humana, la figura atractiva de
Tristan Corbière se confunde con su poesía. En la línea de los Bousingos,
Baudelaire, Lautréamont y Rimbaud, por sólo citarles a ellos, al
desembocar en la formación del Nuevo Espíritu de Apollinaire, indican a la
poesía actual la dirección a seguir, Tristan Corbière, en la encrucijada
donde nos encontramos, alza una requisitoria contra los nuevos pontífices
a punto de constituirse y nos recuerda que la libertad sólo puede tener su
punto de salida y de llegada en el amor humano.
UNOS INÉDITOS DE TRISTAN CORBIÈRE
A veces los poetas poseen un don maravilloso : mucho tiempo después
de su muerte, consiguen hacer revivir su conciencia en la conciencia de los
hombres, revelándose ante ellos bajo el encanto de un nacimiento
imprevisto, renovando por eso y completándola, la imagen que se había
formado en concordancia con su obra. Pero la imagen de un poeta
desaparecido ¿no está abocada a cambiar a lo largo del tiempo? Cambia
con el tiempo mismo y las heridas y la felicidad de las que
alternativamente está impregnada la historia, cambia con la historia tal
como los hombres la han llevado hasta en lo más profundo de su memoria,
hasta en sus carnes y hasta en esa vida secreta de la imaginación que sin
embargo da una forma al mundo atribuyéndole su carácter de etapa en un
continuo devenir.
Tristan Corbière jamás ha estado tan vivo como en estos últimos tiempos
y se podríamos preguntarnos a qué es debido el renovado interés que se
manifiesta respecto a él. En primer lugar existe la fuerza misma de la obra
de Corbière, de alguna manera su juventud, que se nos impone, porque, en
algún momento de una época poética, debe necesariamente, gracias a la
madurez de su determinación, ocupar un lugar privilegiado al lado del de
sus precursores. Existe también la necesidad, en nuestra época que siente
secretamente el peligro de una nueva especie de deshumanización del
hombre (mucho más insidiosa que el descerebramiento por el que Jarry
ya preveía el aborregamiento de cabezas especialmente virulento durante
la guerra de 1914), en una época en que la voluntad de tomar a los
hombres por imbéciles, de reducir su nivel de inteligencia, reviste las
formas más embrutecedoras, cínicas o infantiles (constatar el número de
Collares de guerra), en esta época existe la necesidad -¿qué digo yo? el
apetito, un verdadero hambre- de sentirse en contacto con hombres reales,
con poetas cuya obra compleja está lejos de haber agotado la multiplicidad
de facetas que constituye la riqueza misma de la vida.
Tristan Corbière es uno de esos hombres cuyo poderoso carácter
enriqueció la vida; aunque da razones para amarla, no es ciertamente
reduciéndola a sus bocetos funcionales, sino exaltando la totalidad de su
expresión en el plano de la realidad sensible, tal como esta realidad se le
revelaba sin maquillajes ni retoques.
En este sombrío fin de año donde se habla de un oscuro porvenir, donde
estamos amenazados por todo tipo de descomposiciones, y donde el de los
valores espirituales y morales comienza ya a producirse, nos es de un gran
consuelo poder poner en juego nuestro optimismo haciendo revivir la
memoria de los poetas que no tienen otra cosa que ofrecernos más que la
frescura de su visión del mundo, la belleza de su lenguaje y la infinita
profundidad de su conocimiento del hombre.
No son soluciones a problemas actuales lo que pedimos a la obra de
Corbière. Ni siquiera una enseñanza. Sin embargo es más bien una
enseñanza que una solución a las desgracias contemporáneas lo que
Corbière nos propone, si tomamos en consideración no tal o cual máxima,
tal verso o tal opinión, sino el testimonio que nos ofrece el conjunto de su
vida y de su poesía, tan íntimamente ligadas que no podrían separarse, el
testimonio de la plenitud de los sentimientos humanos en un mundo donde
la libertad del poeta prefigura el reino de la libertad real de los hombres.
No hay que tomar al pie de la letra las profecías de los poetas, están
inscritas en sus vidas como una proyección sobre el devenir histórico y, a
pesar mismo de las intenciones expresadas o de la falta de intenciones,
constituyen una verdad a la que podemos referirnos con toda confianza,
por que sólo en la verdad existe seguridad.
Estamos equivocados si creemos que el amor por la vida es un
sentimiento común que no es de ninguna manera necesario resaltarlo
porque está presente en cada individuo. Aunque es verdad que todo
hombre ama la vida, la conciencia de este amor sólo tiene un pequeño sitio
en un mundo que cuida mucho más sus prerrogativas materiales que la
alegría de vivir. ¿Sería posible predicar esta obras de muerto, por llegar,
por preparar, por pensar, si para cada individuo el amor por la vida tuviese
el sentido categórico, indiscutible, de un sentimiento sobre el que no
podríamos transigir? A los poetas les concierne el papel de despertar esta
conciencia del hombre : los sueños actuales pueden ser traducidos al
lenguaje de la vida, ya no son imágenes en palabras destinadas para
nuestro regocijo, porque sabemos que podemos transformarlas en
imágenes de la realidad palpable, en imágenes de felicidad.
NOTA
En el prefacio a la reedición de los Amores Amarillos de Tristan
Corbière, yo señalaba la existencia de un ejemplar suyo enriquecido por
dibujos, anotaciones, correcciones, poemas inéditos y variantes. Yo había
emitido la hipótesis de que este ejemplar, que actualmente es propiedad de
Matarasso, debía servir para preparar una nueva edición del libro y que
estaba allí probablemente la recopilación que el poeta, como lo había
escrito, tenía la intención de hacer aparecer con el título de Mirlitons.
Ahora sabemos que este documento infinitamente precioso contiene,
intercaladas entre las páginas del libro, 42 hojas escritas a mano por
Tristan Corbière.
M. Jean de Trigon había publicado tres importantes fragmentos de un
cuaderno de Corbière que también pertenecía a M. Matarasso. Son,
acompañados por reproducciones de los manuscritos, tres fragmentos
importantes de variantes de : Al Vesubio, A Roskoff, y Ver Nápoles y morir.
Posteriores a la aparición del volumen en 1873, estas versiones, cuyo
estado de contracción de la expresión poética es ostensiblemente el
resultado de un trabajo de depuración, hacen pensar que Corbière bien las
podía considerar como definitivas.
Sobre el famoso ejemplar de los Amores Amarillos, Mll. Ida Levi
publicó un muy interesante estudio en una revista de lengua inglesa. Una
variante del Aduanero vio por primera vez allí la luz, junto a otra variante
del poema perteneciente al doctor Bodros. Restituye en sus versiones
originales París diurno y París nocturno. Cuyo texto publicado por J.
Ajalbert en 1890 en Le Figaro, y frecuentemente retomado por otros,
presenta algunos errores. El ejemplar igualmente contiene el borrador de
una prosa, reseñable porque constituye un intento de crear un lenguaje
hablado, elíptico y rápido, y, con el título de Mirliton y el subtítulo Pierrot
Colgado, un poema de cinco estrofas escrito a lápiz del que Mlle Levi sólo
pudo descifrar el segundo cuarteto :
Se acabó la comedia
¡A la morgue los amores!
Paremos al medio-día
La actual rutina.
Y lo que nos parece de un interés primordial es el descubrimiento de un
prefacio inédito, ya reseñado por mí, escrito en la contratapa (que Mll.
Levi, sin razón, piensa que está escrito en versos libres, pero del que aquí
encontraremos su transcripción correcta) y dos sonetos que en lo sucesivo
podremos colocar en la obra de Corbière a continuación de sus más
hermosos y conmovedores Rondeles para después.
I
Desfile (olvidado)
¡Paso, por favor, provincianos de París y Parisinos de Carcasona!
¡Y tú, vete, libro mío. Que una mujer te cacaree, que un Culo-cuaderno te
azote, que un enfermo te sonría!
Quédate peor, tus medios te lo permiten. Diles a los del oficio que eres un
monstruo de artista.
Para los demás : 7 francos con 50
Vete, libro mío, y no vuelvas más a mí.
LLAMADAS
(1) En el Tren del pobre, Courbet es también citado opuesto a Rafael, mientras en Señorita
amable, Corbière se compara con un personaje pintado por Rembrandt.
(2) “En humo cazó entonces ella
La Eternidad …” | (Barco de vapor.) |
(3) “La hora es una lágrima – Tú lloras, ¿Corazón mío? … Canta todavía, va. No cuenta.” | (Horas.) |
(4) Los documentos que peryenecieron a la familia Vacher-Corbière de Morlaix,
actualmente propiedad de M.H. Matarrasso, y que no se nos ha permitido consultar,
contienen, entre otras, las cartas de Corbière a su familia. Se escalonan entre los catorce y
quince años de su vida ( de 1.859 a 1.861).
M. Le Dantec escribió que una vez aparecido el libro, Corbière se desinteresó de Los
Amores amarillos. El ejemplar que pertenecía al poeta y que forma parte del conjunto de
documentos mencionados, parece contradecir esta afirmación Está enriquecido por nuevas
versiones , por poemas poemas intercalados y, escrito en la contraportada, por un prefacio
en prosa. ¿Estamos ante una nueva edición que preparaba Corbière o sería esto la colección
titulada Mirlitons de la que había hablado?
(5) ¿Por qué Corbière llamaría, según R. Martineu, a su madre “su esposa” y a su cuñado
“su yerno”, si el no se identificaba con su propio padre a quien mató en su afecto para poder
conservar su admiración juvenil por él? Las extravagancias que indispusieron a la burguesía
al respecto, podían también haber sido destinadas a provocar la cólera del padre como
justificación, posterior, de su resentimiento hacia él, resentimiento compensado por el amor
a su madre.
(6) Mientras los biógrafos de Corbière se muestran todos de acuerdo para decir que ArminaJoséphine Cuchiani era rubia, M. Le Dantec, en su excelente edición de Los amores
amarillos (2 vol. Émile-Paul, 1942) afirma, llevándonos la contraria, que era “una bonita
morena de ojos azules”. Creo qiue el color de los cabellos de de Marcelle tiene su
importancia en la mistificación poética que Corbière se creó. Seguramente, los versos “fue a
gritar hambre – a casa de una vecina rubia …” pueden no ser tomados literalmente, sino la
figuración de contrastes, en la imaginación completamente visual de Corbière, cambiando el
moreno “rembranesco” con el que se identifica, por el rubio “rafaélico” podría
corresponderse con una realidad válida.
(7) He reunido aquí los nombres de pintores que, sabemos, tuvieron relaciones de amistad
con Corbière, sin poderse confirmar que todos formaran parte del grupo parisino. De
Camille Dufour que parece haber sido el jefe de la banda, no conocemos casi nada. Nadie
duda que las investigaciones en este sentido aportarían elementos interesantes sobre la vida
del poeta.